Verdad es que solo se trata de un partido, pero también lo es que llegados hasta aquí con una ventaja como la acumulada por el R. Madrid tenía un carácter decisorio. De haber ganado el partido, el Madrid habría dado la puntilla a un Barça poco reconocible. Lo sucedido dará alas a los culés, y sin competición que les distraiga obligarán al Madrid a no ceder prácticamente nada en lo que queda de competición. No es una tarea imposible, pero sí muy complicada.
El partido de ayer resultó una gran decepción desde el principio. Ver en la alineación a Bale nos pareció a casi todo el mundo, excepto el entrenador y el jugador, un despropósito. Era una crónica de una recaída anunciada.
Con esta premisa, el equipo quedaba bastante condicionado. La capacidad de reacción se encomendaba a un solo jugador, al menos hasta los minutos finales, puesto que no se puede arriesgar haciendo los tres cambios demasiado temprano.
En cualquier caso, desde el inicio del partido se vislumbró la fragilidad defensiva de ambas escuadras; de ahí la abultada cantidad de ocasiones que ambos equipos disfrutaron. Algunos sostienen que vimos un gran encuentro debido a esto. Diferimos sustancialmente de esta visión. Creo que los dos equipos tuvieron una actitud y disposición defensiva poco rigurosa, lo que falsea la realidad. El exponente máximo de lo que señalamos se vino a poner de manifiesto cuando el Madrid pretendió ganar el encuentro con diez jugadores, sin guardarse las espaldas. Ahí vino el tercero del Barça que muchos han ensalzado como el de un extraterrestre Messi, cuando entra en la frontal completamente solo para rematar ante la mirada contemplativa del recién salido al terreno Kovacic.
Pero Zidane cometió algún error más que justifica nuestro titular. Colocó a Casemiro persiguiendo a Messi por todo el campo. Una decisión desacertada a nuestro juicio porque, además de descolocar a Casemiro, y por tanto al equipo, también involucró al brasileño en una pelea desigual: en pocos minutos se colgó el cartel de situación delicada. Después Zidane siguió jugando con fuego al insistir en este marcaje. Por si fuera poco, se mostró inoperante porque no evitó el primer gol que llega debido a un repliegue excesivo de la defensa y el centro del campo que permitió al argentino pasearse por el área en su jugada más apreciada.
Ya hemos comentado el otro gran error, lanzar al equipo a la desesperada con diez jugadores a por la victoria. Siendo verdad que los azulgrana estaban muy tocados físicamente, también es imprudente mandar un ataque con tantos riesgos ante un robo, como así pasó; por más que Marcelo debió parar ese contragolpe fácilmente en el inicio de la jugada.
Así las cosas, Zidane suspendió ayer en tres aspectos esenciales para un entrenador. En primer lugar, no gestionó bien la plantilla al alinear a Bale; en segundo lugar, modificó la disposición de su jugador más insustituible hoy por hoy arriesgando una expulsión prematura que por fortuna no se produjo; por último, gestionó tácticamente mal los minutos finales del partido.
Todo ello, sin comentar las diferencias entre Bale y Asensio a día de hoy, o lo que significa que el jugador que nos salvó en Gijón hace solo unos días, echándose el equipo a la espalda, ni siquiera pisara el terreno de juego.
La única ventaja es que aquí no hay tiempo para devanarse mucho los sesos, ni regodearse con la derrota o la victoria. La Liga vuelve y revuelve y la Champions bota y rebota. Esto es fútbol. Zidane está a tiempo aún de subir su cotización. Veremos.
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